Por: Yazmín Cortés
16/09/2010
Una tarde sin bolsas se rompió, y la mitad del espíritu que me acompañaba se partió y se batió procurando hacerse consistente, un poco más espeso.
Ese abrazo no rompió el silencio, ese abrazo lo creo, lo beso, lo amarró, lo cargó y lo mordió.
En sus ojos, el llanto quería salir; en su boca, sus gritos pasaban ardor; en sus manos los dedos pedían y sufrían por sangre, pero su llanto se congeló, sus gritos se hundieron y sus manos y dedos se lavaron en agua.
Una mujer poco respetable le insulta y a él le resulta un tanto doloroso, un tanto punzante, un muy profundo cuchillo en su estomago.
Procuro no existir, yo solo los veo y seco sus lagrimas, esas feas y llenas de agujas, lágrimas que desgarraron su ojos, su negros, profundos y muy bien creados ojos. Sus manos tiemblan, su cuerpo suda y su cabeza se duerme en sus pies.
La luz de la habitación es gris, muy triste, muy ruidosa, una luz que desnuda; adentro, una vela encendida, con luz amarilla, muy tranquila, muy querida, muy cálida, una luz que lo amaba.
Las plantas del patio se caen, sus manos las recogen y las uñas las entierran. Ahora su rostro es de vergüenza, yo tan solo le miro los labios ¡Esos labios! (beso su frente).
La muy prudente lluvia cae aplastando su sueño, y al tener un segundo de privacidad sale corriendo, gritando y llorando, ahora el cementerio lo viste de muerte, lo viste de luto, y yo de nuevo tan solo le miro los labios ¡Esos labios! Su amigo, un pingüino que canta, le abraza el estomago y le toma las manos, empieza con su melodía y grita de dolor.
En el piso se encuentra él, tirado pero no ignorado; los ojos curiosos le miran, le susurran. Pasa una hora, y la lluvia llora con él, el pingüino canta a su ritmo, y yo le miro sus labios ¡Esos labios!
Me trago mis suspiros, pues aprendí a ser fuerte, claro, aparentemente fuerte. Decido abrazarlo y ¡Esos labios!, esos labios tan propios de él se empiezan a quemar, una gota ácida y clara los hace sangrar azul, un azul muy negro.
Ya no aguanta, dejo de abrazarlo y un grito detiene el pueblo, es solo un segundo de 24 horas.
¡Y qué cocinada esta mi alma! ¡Que arrancada esta mi sonrisa! Pero no espere que llore, no voy a llorar por su llanto, ese llanto es suyo, ese llanto duele, y porque duele yo no lloro.
Usted lloró 137 lágrimas, y yo no parpadeé 137 veces, pues mis ojos lo besaban, mis ojos le miraban esos labios suyos, esos labios que son de limón.
Usted lloró 137 lágrimas, y yo perdí 137 sonrisas.