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miércoles, 20 de octubre de 2010

ATISBOS

 Por: Yazmín Cortés
20/10/2010



“Una voz cruda, fría y triste me llamó en busca de consuelo”
Abrí mis ojos justo en el momento en el que el despertador empezaba a gritar. Una sonrisa infrecuente marcaba mi rostro; mi cerebro pretendía inmortalizar mis sueños y mi cuerpo se encogía perezosamente sin la intención de levantarse. Escuché la emotiva voz de mi madre diciéndome que tenía que levantarme para ir a misa. Miré al techo unos minutos mientras asimilaba la idea. Me levanté, no me bañé y me puse lo primero que encontré, recogí mi cabello, cepillé mis dientes y olvidé desayunar.
Al llegar a la iglesia todos parecían tranquilos y mi atención fue robada por el paisaje poco robusto de la ciudad. Subimos las escaleras con mi madre e indique el lugar en el que íbamos a sentarnos, atrás. La misa inició y recordé que esta sería la tercera misa del año, un pecado más en mi lista. El cura lanzó su discurso a la audiencia y mientras él hablaba yo buscaba alguna distracción, miré las estatuas y pinturas y algo insólito pasaba con ellas, parecían tener vida. Los ojos de Cristo lloraban, María engordaba su vientre como en un embarazo, las pinturas de ángeles parecían infiernos en los que los demonios torturaban a los niños, el cuadro de San Gabriel giró y ahora era él quien estaba derrotado y humillado, las cruces blancas pasaron a ser verdes y el incienso compactaba el ambiente haciendo que una pequeña niña que estaba a mi lado y yo viéramos los fantasmas de el nirvana y el caos. 
Yo, siendo tan cobarde me sorprendí al no sentir temor alguno por el averno que crecía en aquella iglesia. El demonio que maltrataba a Gabriel me sonreía y me invitaba a seguirlo, así que continúe mirándolo y mientras violaba a Gabriel unos pequeños y sucios niños le entregaban una bandeja colmada de órganos humanos y ratas que los comían con sus dientes chispeados de sangre, y como si estos fueran chocolate pedían más. Me repugnó y ahora clavé mi mirada en María y su gran estomago, esa tierna mujer daba a luz una y otra vez ¿Y sus bebes? Pues sus recién nacidos eran ciertamente el alimento de las asquerosas ratas. Corrí mi rostro y vi que Jesús lloraba lágrimas negras, presté atención al lugar en el que se amarraba su mirada y noté que lloraba porque su televisor sólo tenía cincuenta canales. Me fijé en sus labios y escuché un susurro que decía: “tengo sed”. Al instante un demonio bien vestido le alcanzo una cerveza y Jesús le agradeció con un billete. Continúe y miré el siguiente cuadro, era el cuadro de los ángeles, los demonios los torturaban y casi todos los niños se quejaban y lloraban, menos uno, el pequeño no se lamentaba, al contrario, sonreía. Pregunte el porqué de su sonrisa y este me contesto: La respuesta eres tú mi niña, pues si tus ojos pueden soportar este infierno mi alma puede soportar la desgracia. Le contesté que no podía comprender por qué no me importaba lo que estaba viendo. El niño, mofándose de mí me dijo: olvídate del mundo, el mundo se olvido de ti, mejor agradece pues la indolencia toco a tu puerta. Ahora dime ¿Quién crees que soy? Lentamente salió del cuadro, se paró a mi lado y en un parpadeo se transformó en mí, era como verme en un espejo, cada cabello, cada peca, cada gesto. Se acercó y me habló: mi futura alma perdida, el ángel del cuadro era yo cuando nací, esto que vez fue el inicio de lo que soy. ¿Quieres saber quién soy? Mírame.
¡Era horriblemente atractivo! alto, robusto, cabello undoso, piel blanca y ojos negros. – soy Baltasar, no te asombres al ver que mi piel no es roja o negra, soy solo otro hijo del de arriba. No entendía nada. – ¿Por qué puedo verte y por qué puedes estar en una iglesia? Le pregunté – puedes verme porque yo te lo permito, pues al igual que tú yo también me desilusioné de lo que era; puedo entrar aquí desde hace siglos, pues en donde hay pecado hay tentación, y yo soy amigo de esta. Mira al cura, un supuesto guía espiritual, sólo es mierda lo que habla, dice que las apariencias no lo son todo y trae puesto un Rolex. 
Sin darme cuenta la gente ya estaba saliendo del templo, mi madre me tomó del brazo y me impulsó hasta la puerta. Al gírame para persignarme el demonio me grito desde el altar: ¡Bienvenida! Es un abismo sin dolor. 
Al salir todo era relativamente normal, de nuevo el bello paisaje, la gente tranquila y mi madre a mi lado. Me propuse olvidar lo ocurrido. Decidimos caminar, mi madre hizo planes y se fue a una finca. Al llegar a casa me encontré sola, coloqué música y me senté a leer, pero no podía concentrarme así que encendí el televisor y me acosté a mirar una película de romance, pero el aburrimiento era pesado y el sueño me envolvió.
Desperté con el intacto recuerdo de la iglesia dando vueltas en mi cabeza e inevitablemente las palabras de aquel hombre retumbaban en mis pensamientos. Busqué un espejo y al mirarme caí en la cuenta de que yo ya no era yo, de que ya no quiero, de que lastimo, de que ignoro, de que olvidé soñar, de que ya no siento. Me senté y mi rostro cayó en mis manos, las lagrimas empaparon mi rostro y las sabanas de oscurecieron. Intenté tranquilizarme y recordé a la tierna y sensible niña que solía ser y que solía odiar, levanté mi rostro mi miré a la fría y “fuerte” niña que ahora amaba. No suelo planear, pero esta vez decidí hacerlo, maquiné mis próximos pasos y en estos incluía mostrar y compartir mis sentimientos. Comenzaba a sentirme mejor. El teléfono sonó y al contestar era justo la persona en la que estaba pensando. Le salude cariñosamente pero su voz parecía enferma y triste. – ¿Te pasa algo? Le dije. – No, es solo que estuve pensando toda la tarde en nuestra historia y no creo que sea prudente continuar, ya me arrastré y a ti no te afecta, a ti no te importa. Me quedé muda, no sabía que responder, solo pude pedirle perdón y decirle que en serio me estaba esforzando por cambiar, pero con un tono entristecedor me dijo: tomé un decisión, será lo mejor para mi (su voz se rasgó), aunque se me parta el alma lo mejor es que retomes tu camino y yo el mío. – ¿Estás seguro de lo que me estás diciendo? Le reproché. – Sí, adiós.
Boté el teléfono y me tiré en la cama. Lloré como un bebe asustado y pensaba: ¡En verdad la cagué! Perdí la parte de mi cielo que me permitía ver la luna. Pasados unos minutos el maldito hombre aparece de nuevo
– Tranquila, vas bien, gracias a cosas como esas soy lo que soy. A mí también “una voz fría y triste me llamó en busca de consuelo”.